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Descenso |
Pocos clásicos como
Viridiana (Luis Buñuel, 1961) nos pueden seguir llenando de admiración ante un relato audiovisual construido a través de alegorías y metáforas magistrales que continúan de total actualidad. La inocencia de la joven y casta monja va a ser transformada cuando visita a su tío, que es quien ha pagado su noviciado y estudios religiosos. Viridiana se va presentando al espectador como una anti-heroína, progresivamente, ya que escena a escena vamos a ver los cambios en el personaje que desciende como un ángel caído al infierno de la realidad.
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Eros, tánatos y fetichismo |
Al dejar el convento y visitar a su tío, Viridiana experimenta ser objeto del deseo a través de un juego fetichista. Este acto trastoca por completo el curso de los acontecimientos, ya que Viridiana decide expiar su sentimiento de culpabilidad mediante la renuncia a su vocación de llevar una vida consagrada. En esta expiación, también se verán implicados otros personajes -los pobres de la zona que acoje en la casa del tío- que servirán de excusa a la joven para desarrollar un altruismo no exento de ego, tal y como muestran las metáforas visuales que construye Buñuel. En estas imágenes, se ofrecen planos superpuestos de Viridiana rezando el ángelus con los pobres en el campo y trabajadores que manipulan objetos y líquidos, de modo que el montaje nos ofrece una narración alegórica del deseo sexual.
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La última cena |
En Viridiana es magnífica la narración audiovisual, con una sucesión de célebres escenas de citas culturales en cada plano. Entre ellas destaca la de la última cena, en la cual el espectador siente el preludio de una tragedia, de un desentace terrible en el que se producirá un sacrificio. En efecto, vemos a Viridiana abandonar por completo sus principios y valores para aceptar vivir sometida, de nuevo, al deseo ajeno. Solo que esta vez tendrán que convivir tres personas, como si fuera una visión sarcástica de la Trinidad.
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